jueves, 28 de enero de 2010

lunes, 18 de enero de 2010

Maldición V: Guerreros en las tinieblas



Las sombras se cernían sobre mi. Estaba transformado, pero tenia conciencia de mi propia condición, no era la bestia que había sido desde que me mordieron, de hecho, en las ultimas noches había conseguido alimentarme de animales y no de humanos. Estaba en un pequeño claro, royendo los huesos de un ciervo cuando escuché el sonido de la hierva al ser aplastada por unos pies - desde mi mordedura mis sentidos se habían agudizado hasta limites casi imposibles- , solté el hueso y me puse en guardia. Al momento los pasos se hicieron más lentos, quien quiera que fuese, sabia que los estaba esperando. Escuché más pasos a mi alrededor, me estaban rodeando, al menos eran diez, si no más, e iban armados, el aroma de cuero y acero mezclado se intensificaba con cada paso, pero no eran humanos, su olor era diferente, como el de alguien que acaba de morir, pero no podían estar muertos, puesto que se estaban acercando, la única solución posible era que hubieran robado sus ropas a cadáveres para tapar sus propios aromas.

¡Eh, tú! ¡Perro sarnoso! ¿Quién te a dado permiso para cazar humanos y animales en nuestro territorio? ¿Quién eres tú para robarnos la comida?

¿Cazar humanos? ¿Acaso esta tropa de guerreros que me rodea no son humanos? Eso explicaría el hecho de que llamaran comida a los humanos y su olor pero si no son humanos, ¿qué son? Pero en mi estado no les podía preguntar nada, mis cuerdas vocales solo me permitían emitir gruñidos, aullidos y poco más, así que me mantuve en alerta listo para defenderme, pues estaban sacando las armas.

Mirara donde mirase solo veía espadas, arcos, lanzas y puñales, que relucían de forma extraña a la luz de la Luna llena,como si no fueran de acero sino de algún otro metal, acercándose cada vez más. El que había hablado portaba dos espadas cortas, y las hacía girar con maestría, más como intimidación que para calentar los músculos.

De repente, justo antes de que me abalanzara sobre el que tenía más cerca, unas extrañas sombras salieron del bosque, rodeándonos a todos, pasaron como una exalación entre los guerreros usándome a mi de centro de su propio circulo y desaparecieron como habían aparecido. Solo me dio tiempo a distinguir brillo de metales en las fugaces sombras y en cuanto desaparecieron, las cabezas de los guerreros empezaron a desprenderse de los cuerpos, cayendo todos con un ruido amortiguado por la hierba fresca.

Una nube tapó la Luna y en ese momento volví a ser humano. Pregunté a voz en grito: - ¿Quién anda ahí? Y el final de la frase se convirtió en un estertor, pues volvía a mi forma maldita. Entonces las sombras aparecieron de nuevo, deteniéndose junto a mi, formando un circulo cerrado y pude distinguir su olor y ropajes. Iban de negro, con ropa para el combate y una capa con capucha también negra. Todos llevaban una espada de doble filo en el cinturón, y un arco y un carcaj en la espalda, además se adivinaban los mangos de dos espadas cortas a los lados del carcaj. Pero lo que más me impresionó fue su olor, olían de forma similar a los humanos, pero los matices que los diferenciaban eran infinitos. Lo poco que conseguí ver debajo de la capucha fue una piel blanca, pero no como la de los guerreros que acababan de morir, que era cetrina como la de un muerto, sino como la de aquel que lleva años sin que le de el Sol.

¿Entiendes lo que digo? - pregunto uno de ellos, que parecía el jefe, pues llevaba un extraño distintivo en el pecho. Yo no podía hacer otra cosa que asentir, y noté un extraño acento en su forma de hablar. - ¿Sabes quienes eran los que han estado apunto de atacarte? - Negué con la cabeza. - Eran vampiros, y están un tanto alterados con tu comportamiento desde hace unos meses. - Sin embargo no parecía una reprimenda, sino que parecían brillarle los dientes en una sonrisa bajo la capucha. - Acompañanos, no somos los más indicados para darte todos los detalles de la situación. - y sin esperar respuesta comenzó a andar, y los otros lo siguieron.

Una parte de mi se reía, había dicho que los que me atacaron eran vampiros, pero otra parte pensaba que las piezas comenzaban a encajar. Así que los seguí, y a pesar de mi velocidad, me tuve que esforzar al máximo para seguir su ritmo.


Al llegar a mi destino descubrí que se habían enviado emisarios a todos los que compartían mi condición, vivieran solos o en manada, para que, al igual que a mi, se nos llevara al Concilio.